Pestilentes pirámides cadavéricas se erigen, Sobre mares grisáceos de soledad hirviente, Aristas malditas ornamentadas con velas e incienso, Ídolos que se posan sobre sus cúspides mórbidas, Le llaman, el alma caminante navega lento hacia sus templos ennegrecidos, Y escala lentamente sobre los cuerpos, Fluidos y moscas brotan de las caras de niños, mujeres y hombres, Todos perdidos en laberintos trascendentales a su propio infierno, Al llegar a la cúspide, los dioses le abandonan, Empero su perspectiva se ve alterada por la altura, Sobre los mares inertes divisa luces aberrantes, incomprensibles, Navega con desespero a los altares desconocidos, y su ser se paraliza, Ante su mente retorcida y demente, se erige el ídolo de oro, carne y hueso, Y los mares se estremecen con sus palabras incomprensibles. Misericordia le llena nuevamente del vigor vomitado, Y aquel dios rompe las ataduras que le unían al dolor idealizado, Y remueve de su sesera la vela que iluminaba la voluntad de dioses obscuros, Nuevamente le entrega aquello que creyó olvidado, Esa hoja sagrada, recuerdo de eones atrás, Su esclavitud demencial le impide recordar el significado del símbolo, El todopoderoso abre su pecho, y de él brotan los diamantes, Toca su frente con una daga y su psiquis despierta de aquel letargo maldito Nuevamente se aferra a sus memorias, que se tornan grises Bajo las arenas caminantes del reloj, Una vez más su frente es tocada por la punta de la daga, Áureas luces invaden su visión, sus ojos ciegos se abren al infinito, Finalmente el gran dios dorado, tiende un puente que se pierde en el horizonte, Y el alma caminante recorre la senda divina una vez más, Libre de ataduras ponzoñosas y recuerdos turbios, Su consciencia se abre a la sabiduría astral nunca experimentada, Y su ser entero, converge en ambos planos. Teksty umieszczone na naszej stronie są własnością wytwórni, wykonawców, osób mających do nich prawa. |
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