En un mar infinito, con el vuelo de un águila empezó a formarse el destino, y la tierra emergió. Herrador de los cielos, de los hombres el dios supremo; las cosechas bendices con tu lluvia y tu sol.
Señor de los truenos y las tormentas; mano de hierro, dicha y miseria. Siempre observas.
Luce el rocío como las perlas, crecen los frutos de nuestras siembras a tu voluntad, si gozoso estás. Mas si hacemos mal, traes la tempestad.
Tras las nubes, riges el mundo y la justicia es tu blasón. Campos, urbes, han de acatar la ley innata del ciclón. En la tierra, hoy escuchamos tu ensordecedora voz. Soy quien ruega; cesa el castigo y trae la paz a la región.
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