Cuenta la historia que muchas noches hacia atrás
un pueblo, su gente, abandono cultivó.
La tierra y el sudor, alimento del cuerpo,
mitos y religión, de las mentes dueños son.
Un hombre cansado de esa amarga esclavitud
su mente entregó a la estrella en rebelión,
y pensó demostrar de una forma ejemplar
que al Dios de los demás el respeto le perdió…
Y escogió el día justo,
iba a hacer un sacrilegio,
la plaza llena de carretas,
que el sacerdote bendecía:
mayo, quince.
Tu bendición yo rechazo,
voy a entrar en tu templo,
mis dos bestias son fieles al mal,
las azotaré hasta el final.
El aire resonó, latigazos en la piel,
las bestias sangrando no quisieron avanzar,
la boca del hombre de blasfemias se llenó,
furia y cólera, el pueblo lo condenó.
El padre levantó su mano en la multitud,
señaló al pecador, impuso una maldición:
carreta y hombre, en lo eterno vagarán
más por no caminar, las bestias se salvarán.
Y desde entonces por las noches
se escucha en todos los caminos
el triste llanto de las ruedas,
amo y bestias invisibles.
Triste, llanto, mayo, quince.
Tu bendición yo rechazo,
voy a entrar en tu templo,
mis dos bestias son fieles al mal,
las azotaré hasta el final. Teksty umieszczone na naszej stronie są własnością wytwórni, wykonawców, osób mających do nich prawa. |
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